A
mí nunca me ha gustado bañarme en público; por eso, si existe un mes del año en
el que detesto salir a la calle los fines de semana, ése es siempre febrero.
Y no es que me crea un paria, porque tampoco soy muy casero; pero eso de salir hecho un anís para terminar fusilado con agua de dudosa procedencia y por una tribu de salvajes -también de dudosa procedencia…- es algo que aborrezco.
Y no es que me crea un paria, porque tampoco soy muy casero; pero eso de salir hecho un anís para terminar fusilado con agua de dudosa procedencia y por una tribu de salvajes -también de dudosa procedencia…- es algo que aborrezco.
-¡¡¡Oiga
oficial, esos pandilleros acaban de mojarme… además acaba de desaparecer mi
billetera!!!
-¡¡¡…Caramba!!!
¡¡¡...Deben ser los mismos que me mojaron el uniforme nuevo!!! …que mal
momento. ¿Mi placa…? ¿Alguien ha visto mi placa…?
Pasa
en todos los lugares.
En la calle, el agua te cae desde el último piso de un edificio donde nunca hay nadie; en el bus, por las ventanas, y si tienes las ventanas cerradas las destrozan a globazo limpio con tal de mojarte por las puras alverjas como diría mi abuelo; porque en éste país si la ley existe, ésa es la de la jungla salvaje.
En la calle, el agua te cae desde el último piso de un edificio donde nunca hay nadie; en el bus, por las ventanas, y si tienes las ventanas cerradas las destrozan a globazo limpio con tal de mojarte por las puras alverjas como diría mi abuelo; porque en éste país si la ley existe, ésa es la de la jungla salvaje.
Dicen
que antes nuestros tatarabuelos elegían a una reina de la primavera que apenas
enseñaba la rodilla, y que para vacilarse rico se ponían duros… pero con la
camisa y el saco bien almidonados para moverse al ritmo del mambo, y que para
mojar con la vecina… o sea echarle una pizca de agua, lo hacían previo
consentimiento de la víctima quien, aunque usted no lo crea, se sentía halagada
de recibir semejante chorrito.
Después
fueron nuestros padres con la sonora matancera. Se choreaban el talco del bebé
y se soplaban entre todos repartiendo picapica de papel metálico por los aires,
y sólo cuando había confianza, y bajo contrato estipulado con el marido de la
vecina, uno podía mojarla con un balde de agua limpia y a tres metros de
distancia, y siempre chequeando el esposo por detrás; aunque al final todos sabemos
que terminaban borrachos bailando el fuma el barco, fuma el barco… hasta las
últimas consecuencias.
Nuestros
abuelos que ya se han muerto -junto con los abuelo de Juaneco- lo pueden
certificar previo jueguito de la huija, que puede ser más interesante que jugar
a los carnavales.
Eso
le sugerí de muy buena intensión a la horda de nativos estacionados frente a mi
casa. Y creo que no entendieron el mensaje porque de pronto me acribillaron con
globos, betún, pintura y agua pestilente.
Regresé
a mi casa -de nuevo- pero más embetunado que los zapatos de Víctor Vega. Me
cambié. Estudié media hora la situación con binoculares por la ventana. Volví a
salir y la horda ya no estaba.
Mientras
esperaba un taxi pasó una combi. Lo detuve. De allí salió un baldazo de agua
aceitosa que me dejó un mal sabor -porque estaba con la boca abierta-, y
terminé peor que pato flotando en medio de un derrame de petróleo.
Volvía
mi casa a bañarme. Volví a salir -y volví a persignarme-. A tres pasos de mi
casa cincuenta globazos de agua me llovieron con extraña exclusividad que miré
al cielo y maldije buscando al miserable. Cincuenta globazos más volvieron a
empozarme las orejas.
-¡Eso
te pasa por maldecir! –escuche una voz desde cielo.
Volvía
mi casa -por enésima vez-. Ya no me cambié ni me bañé. Estaba decidido. Salí
con una maleta de ropa y zapatos limpios para cambiarme en casa de Betzy. Antes
de llegar a la esquina doscientos mocosos con globitos de colores, baldes
diminutos y talco me acorralaron.
Me
dejé acorralar.
Me
volvieron a mojar.
Me
reí de todos.
Avance
unos metros.
Una
manada de estrafalarios apareció de nuevo persiguiendo a una muchacha en
minifalda que me pidió ayuda y me tomó la mano abrazándome.
De
pronto nos acorralaron entre una espesa nube de talco, una ola gigante de
pintura de colores y agua oscura que mis ojos se cegaron por un momento.
Cuando
por fin abrí los ojos descubrí que en la mano, en vez de mi maleta tenía el asa
de plástico de un balde ahuecado.
-¡¡¡Mi
maleta…!!! ¿Alguien ha visto mi maleta? -grité.
-¡¡¡Mi
revolver…!!! ¿Alguien ha visto mi revolver? –sollozaba alguien a mi lado.
Era
el pobre policía hecho un estropajo al que extrañamente estaba agarrándole la
mano.
¿Entienden
ahora por qué no me gusta salir en carnavales?