domingo, 5 de octubre de 2008

¡Fuera cupido!

Esto de enamorarse a primera vista es una cosa espectacular... por el reverendo espectáculo que causamos siendo cortos de vista y con problemas de astigmatismo crónico.

Como siempre pasa, uno se tropieza de la nada con una belleza de generosas caderas –aunque sea fea y con un cuerpo de anoréxica –¿no ve que uno no ve porque es corto de vista? Y sucede que de pronto se nos atora el cerebro del impacto, el corazón se nos ablanda y arranca una maratón indescriptible, y nos desinflamos con un hermoso cosquilleo que nos invade las axilas y no precisamente por el amor sino por el bodeguero que insiste:

-¡¡¡Oiga idiota, se le está cayendo la baba hace media hora!!!

Y en ese momento ni la carraspera le ayuda a uno a escapar del ridículo pues hay como trescientos individuos, tres vendedores de canchita, y un cura dispuestos a aplaudir.
¿No les dije que era una cosa espectacular?

Claro, todos tenemos nuestros cinco minutos, a todos nos pasa.

Nosotros los cortos de vista, en el amor no la vemos así nomás. Aclaro, o sea que no intuimos la situación ¡¡¡mal pensado!!! ...aunque valgan verdades, en lo otro tampoco la vemos, ni siquiera cinco minutos.

Por eso que andamos en bronca con el afeminado de cupido, a quien nunca es cupido porque no soy como las llamas ...pero hace unos méritos.

Por ejemplo, el otro día me ensartó un flechazo con una modelito de pasarela. Todo fue tan emocionante, tan rápido, tan bello, tan, pero tan tan tan que empezamos a oír campanitas mirándonos fijamente, el mundo desapareció para nosotros, éramos el uno para el otro, nos amábamos, se lo juro. No aguanté más y corrí a besarla con todas mis fuerzas. Amanecí tres días en la comisaría porque dicen que besar maniquíes en pleno centro comercial es cosa de depravados.

Eso no es nada. La cosa se puso más negras que las manos de Revoredo cuando cupido volvió a ensartarme por enésima vez con una distinguida y refinada señora que estaba sentada sola en un restauran. Yo estaba al otro lado de las mesas, cerca de la puerta. Me puse los lentes para verla mejor, su rostro me buscaba entre los comensales. Empezó guiñándome los ojos, me quité los lentes y le respondí con otro guiño, de pronto me sonrió, me volvió a guiñar el mismo ojo, me llamó con la mano mandándome un beso volado. Entonces fui hasta su mesa, me agache en posición de... ¡recíbeme un beso mi amor!, cuando descubrí que esa misma posición se llamaba también, ¡recibe mi patadón, idiota!, y venía de parte de un general que era su novio y estaba detrás de mí.

No entiendo.

Erick Fromm dice que el amor es un arte –de recibir patadas creo yo... ¿Qué quién es Erick Fromm? Vaya uno a saber, pero así dice el libro-, es una acción voluntaria que se emprende y se aprende –aunque con roche, cárcel, patada y un nuevo par de lentes rotos-, no una pasión que se impone contra la voluntad de quien lo vive, aunque sea un maniquí.

La verdad es que tampoco entiendo por qué cupido y ciertas gentes se empeñan en querer amarrar a la gente cuando los ven solteros, jóvenes y cortos de vista -sin mencionar los bolsillos que siempre están cortos en cualquier época-.

Uno se enamora en el proceso de conocerse –o sea, quitándose los lentes, limpiándolos bien y chequeando si lo que tenemos al frente es una bella mujer o un estilista infiltrado- y después de entablar una relación de amistad, luego de un conjunto de comportamientos y actitudes involuntarias y desinteresadas que es lo más importante.

-¿Doscientos soles para tus lentes? ¿Pero... me lo vas a devolver?

A mi buen amigo Fuentes, por ejemplo, le insistieron tanto con el asunto que debía casarse –por sus casi cuarenta y cinco decían, no de medida de lente sino de años de vida- y sus propios tíos la hicieron de cupidos. Le prepararon una sorpresa, le consiguieron una novia que además de corta de vista era sorda, y no se la presentaron hasta el día mismo de la boda. Pobre Fuentes. La noche de la luna de miel, su reciente esposa -que estaba en la luna antes de casarse...- se metió al departamento sesenta y seis del vecino cuando se puso los lentes al revés y Fuentes al de la vecina, que también estaba en la luna y que esperaba a su esposo que llegaba de madrugada.

-¡Quien es éste idiota que duerme con mi mujer!

-¿Qué… éste no era el cuarto noventa y nueve? …Déjeme buscar mis lentes y le explico…

Por eso y muchos lentes más… perdón, digo, y muchas cosas más, no quiero saber nada del afeminado niño alado llamado cupido –y digo alado porque andaba con alas teniendo pies y porque estuvo a-lado de mi amigo Fuentes y lo saló-. ¿Será porque cuando nació, Venus, su madre –que también era corta de vista- lo crió como mujer cuando los doctores del Oráculo de Temis porfiaban que era niño y que se quedaría enano si le seguían dando la leche de los wawa wasis?

Pero lo que la historia no cuenta es que éste cupido creado por los griegos y asociado, también al amor a primera vista, era corto de vista y tenía muy mala puntería con las flechas mágicas que le regalaron por su cumpleaños.

Le disparaba a Dafne y le daba a Apolo, que se enamoraba de Arión, el músico. Le disparaba a Evander y la ensartaba en Elektra, que se enamoraba de Idalia y así nació la primera discoteca de ambiente llamada Perseo, a quien Cupido dejó peor que anticucho al hacerle clik con Aquiles y morirse perdidamente enamorado después de pisarle el talón de aquiles porque también era corto de vista.

Que no me vengan a hablar de cupido ni del amor a primera vista porque desde mi punto de vista… me acabo de dar cuenta que he salido con los zapatos de distinto color…

¿Mis lentes? ¿…Alguien vio mis lentes?