sábado, 23 de mayo de 2009

Tierra de nadie

Francamente Puente Nuevo es tierra de nadie.

Hace poco me detuve muy temprano y por primera vez en una esquina de Puente Nuevo. Intentaba inocentemente cruzar de San Juan de Lurigancho a El Agustino, cuando de pronto se apareció una fila de vendedores muy alegres que empujaban cada uno su carrito solidario lleno de desayuno, y que me echaron de la vereda porque ése, me amenazaron también muy alegremente, era su metro cuadrado de trabajo.

Y yo, como soy un caballero educado y muy pacífico no me hice problema. Me fui un par de metros más allá, adonde llegó un vendedor de caldo de rana, luego otro, y luego otro más que me echó diciendo que no sea sapo porque ésa vereda también era su sitio.

Me fui otro par de metros; se presentaron tres vendedoras de pan con torreja que me cuadraron con sartenes y todo porque allí, ellas laboraban desde el año pasado pagando su ticket municipal y necesitan espacio, argumentaron.

-¡…O lo ponemos como torreja, joven!

Pero yo, que soy un caballero educado y muy pacífico, como ustedes imaginarán no tuve otra opción que retirarme otros cincuenta metros más. Allí se presentó una muchacha que arrastraba un cerro de pasteles de choclo. Se detuvo a mi lado, se puso a vender con gritos de ópera. Intenté no prestarle atención mirando el cielo, cuando del cielo me cayó una abuelita, estacionó una carretilla con un montón de artefactos llenos de hollín y se puso a freír sus cachangas.

No me quise mover.

Y apareció un vendedor de jugos, otro de frutas, otro de diarios. Estaba rodeado.

Traté de disimular mi molestia hasta que una lluvia de aceite rancio me salpicó en toda la cara y me tuve que ir medio ciego y sin oír muy bien las maldiciones de la abuelita porque además ya me había quedado sordo y ya odiaba las óperas y los pasteles de choclo para toda mi vida.

Y bueno, como soy un caballero educado y muy pacífico, me volví a largar otros quinientos metros más lejos, de pronto de la nada dos señoras se hicieron mis escoltas ofreciendo en competencia pan con pescado y café, cuadraron un par de bancos detrás mío, un toldo multicolor sobre mi cabeza, y cincuenta mil comensales se agacharon a desayunar como galgos alrededor. Todo fue tan rápido que sin darme cuenta, me vi repartiendo vasos de soya caliente, quáker con manzana por doquier, pan con escabeche y platos arroz con pollo recalentado…

-¡Sale un rico pan con relleno...!

-¡Caramba! ¡Pero qué hago yo aquí! -reaccioné en voz alta.

-¡…Lo mismo decimos nosotras!

Las airadas negociantes armadas con cucharones de palo me miraron feo, llamaron al policía de la cuadra, me corretearon arrojándome café caliente sobre la camisa, una combi casi me mata y cinco vigilantes pensaron que era un ladrón y también me persiguieron de la mano de cinco pitbulls carniceros que ya me saboreaban la pierna. Los comensales del pan con pescado aprovecharon el pánico para darse a la fuga, y un policía me hizo pagar esas diferencias.

Sin plata y a una cuadra de donde estuve al inicio me detuve. Se instaló a mi lado un ferretero al paso, me aparté por enésima vez; luego vinieron diez carretas de emoliente, y de nuevo me botaron. Le siguieron diez cochecitos de gaseosas y me fui sin que me dijeran algo. Diez vendedoras de caldo de gallina me arrimaron, después veinte carretillas humeantes de caldo de mote…

-¡Ya, más allá joven, más allá…!

No sé de dónde salieron como hormigas un montón de puestitos de celulares al paso, varios de yucas fritas, de relojes baratos, de camote asado, de ensaladas de frutas, de...

-Ah, ya sabemos… y como usted es un caballero educado y muy pacífico se fue otra vez más allá.

Me fui.

Sí.

Pero al diablo porque en ese momento ya había perdido la paciencia, y no por pacífico sino por cojudo, que es la palabra exacta con la que se denomina a un caballero educado y muy pacífico que busca un paradero en esta zona de Puente Nuevo, entre San Juan de Lurigancho y El Agustino.

¡Caracho!

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