Esto de salir a trabajar al medio
día es un terrible problema.
Al menos salir de San Juan de Lurigancho, en horas de mayor tráfico, es peor que un drama hindú, especialmente para quienes no llevan una guía telefónica o los cinco tomos de la historia persa con la cual distraerse en el camino, y que valgan verdades, son utilísimos cuando de ir al Centro de Lima se trata. Pero yo salía trabajar. Y como entro a la una de la tarde, me dije: saliendo a las 12 la hago.
Al menos salir de San Juan de Lurigancho, en horas de mayor tráfico, es peor que un drama hindú, especialmente para quienes no llevan una guía telefónica o los cinco tomos de la historia persa con la cual distraerse en el camino, y que valgan verdades, son utilísimos cuando de ir al Centro de Lima se trata. Pero yo salía trabajar. Y como entro a la una de la tarde, me dije: saliendo a las 12 la hago.
Era miércoles y salí a las 12 del
día, pero llegué a la 2 porque justo en la esquina de mi casa, una tribu de
inoportunos estaban rompiendo las pistas para instalar tuberías de quién sabe
qué; la cosa es que la angosta pista de subida, hacía de triple carril de ida y
vuelta con un par de mototaxis adornando la desesperación.
Al día siguiente, y como es de todo
hombre precavido, salí a las 11 de la mañana, con dos horas de anticipación, y
resultó que además de la tribu de inoportunos que seguían rompiendo las pistas,
y esta vez de las dos vías de la avenida, el tránsito se había desviado hacia
cuatro calles más lejos, a donde corrí para no demorarme, y ya por la avenida
Próceres, un ejército de silvestres marchaban cerrando todas las vías, rumbo al
congreso, pidiendo la provincialización del distrito.
No puede ser, me dije.
Ese día llegue a las 3 de la tarde
al trabajo.
Al día siguiente volví a salir, esta
vez ya no a las 11, sino a las 10 de la mañana. Y aunque estaba seguro de
toparme con esa tribu de inoportunos que seguían rompiendo las pistas toda las
semana, y el ejército de silvestres que nuevamente se reunían para marchar al
congreso de la mano del alcalde Carlos Burgos, ahora resultaba que una tropa de
serenos municipales junto con 500 policías montados a caballo y una procesión
de vecinos -pagados según testimonio fiel-
se agarraban a trompada limpia por el tema del bendito Hospital de la
Solidaridad.
Y mientras eso, después de quedarme
sordo por las miles de bocinas que me dinamitaron el tímpano, el tráfico de los
mil demonios, el niño que lloraba desesperado a lado mío, los 200 grados de
calor de la mañana y el score de 4 a 0 –patada
y puñete incluido- a favor de los serenos de la municipalidad de San Juan
de Lurigancho, a duras penas llegué hasta la avenida Abancay. Tomé un taxi.
Llegué a las 4 de la tarde.
Al día siguiente, pensé: Esta
situación no podía seguir así. Y salí a las 9 de la mañana –previo besito a la calavera de San Nicéforo-.
No podía llegar tarde por ningún motivo.
Muy temprano corrí las cuatro calles
para alcanzar el colectivo, me puse a repasar los 5 tomos de la historia persa
para no darme cuenta del tráfico, hable por teléfono como dos horas con un
pariente en Yugoslavia -gracias a una de
esas promociones de hablar limitadamente en casos de tráfico infernal-. Vi
nuevamente a los serenos de SJL repartiendo golpes en la entrada del parque
Huiracocha, a la policía montada con bazuca en mano y ahuyentando a cualquiera
que quisiera atreverse a entrar al hospital de la Solidaridad.
Soporté más de una hora el lío de
una viejecita que se cayó y agarró a bastonazo limpio al cobrador, las cinco
papeletas que la policía le impuso al chofer, un borracho que no sabía dónde ir
porque creía que recién estaba llegando a su casa.
Me soplé todas las arengas del
ejército de fanáticos que pedían la provincialización del distrito, en la
puerta del Congreso de la República. Y ya con el tímpano en la mano, luego de
aguantar los gritos de otro niño a lado mío, con los 200 grados de calor y con
el rostro de un presidiario de Guantánamo, por fin me bajé en mi destino.
Camine dos cuadras como siempre, y lo había logrado.
Había llegado dos minutos antes de
la 1 de la tarde. Pero me regresé a mi casa.
¿Por qué?
Los sábados no trabajo.
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