jueves, 26 de junio de 2008

Carta aclaratoria

Señores:

Directores de medios televisivos

Debo confesar que me siento hasta las patas. Ya no sé dónde meter la cola debido a la vergüenza pública que ustedes, los del cuarto poder, me vienen infligiendo en cada uno de sus noticiarios. ¿Por qué? Cómo que por qué, si lo vengo repitiendo hasta el cansancio desde la aparición de los vídeos del tío Vladi donde se me ve -¡y esto me da más rabia!- jugando alegremente con el que fuera, para mi mala suerte, el anómalo, parafílico, desviado y pervertido de Kenji Fujimori.

Y ustedes ¿no se cansan, digo, de pasar a cada momento esas imágenes? 

¡Qué vergüenza! 

Esto me está trayendo muchos problemas, señores. Mis amigos me dicen que soy un animal, mi hermana dice que todavía no salgo del clóset y mi vecino el pitbull carnicero, ya me está viendo con otros ojos y sacándome la lengua de una forma medio rara...

Es bravo ser una mascota y querer aclarar el asunto, y más bravo es estar en el anonimato con este asunto y escribir esto siendo una mascota porque no faltará algún hijo de vecino que despotrique: ¡No seas animal, las mascotas no escriben! ¿Ya ven lo terrible que es aclarar el asunto?

Por eso debo repetir por enésima vez que, como ex mascota de Kenji, mi labor era estrictamente lúdica y no pervertida o patológica, como pretenden insinuar ciertos colegas suyos que reviven a Freud y a una manchita de psicoanalistas que han puesto en duda mi condición de macho y admirador de Lassie en función continuada sólo para adultos.

Y no me vengan con eso de que por si acaso no es novedad tener travesuras y jueguitos con el dueño o la dueña. Y claro, reconozco que hubiera sido diferente si en vez de Kenyi, me hubieran puesto a la gordita Keiko. Ahí sí que la hacía linda. 

-¡Guau... guau...!

Me entrevistaban en Gatopardo y daba la vuelta al mundo con ricocan hasta mi tercera generación. Y menos me vayan a salir con que, entre los griegos, es normal cepillarse a sus animales totémicos. No pues.

Mucho menos me vayan a florear con eso de los espectáculos privados donde los romanos se alucinaban viendo a otros hombres y mujeres en orgías con mascotas adiestradas que se quedaban calladitas porque ya les gustaba la vaina. 

Claro, es sabido que entre los Yoroba de Nigeria era costumbre que el varón se atrasara al primer antílope que cazara como signo de virilidad. En este mundo ni la hormigas se salvan porque en la sociedad Ponapé de la Micronesia, las indefensas e inocentes hormiguitas son obligadas a romper filas sobre la cosita de la mujer provocándole un repentino divorcio del marido que hasta ahora –¡pobre hombre!- se pregunta por qué.

Y así, habrán miles de historias que pueden generalizar el asunto entre las mascotas y sus dueños, pero mi caso, señores de la prensa... ¡óiganlo bien!, me preocupa porque ustedes, al hacer públicas las bajezas de Kenji durante mi adolescencia, me malogran la plaza con las dos cocker spaniel que por estos días andan en celo y con Fifí, la pequinés de la nueva familia que se acaba de instalar en la cuadra.

Siento mucho tomar esta determinación señores de la prensa, pero si vuelven a pasar esas imágenes que degradan mi dignidad dejándome hasta las patas, me veré en la penosa actitud de hablar con Lay Fun, quien me dirá: ¡Ladra compadre!, y que como ustedes bien saben, cuando muerde sí que es la muerte.

Atte.
La ex mascota de Kenji


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