miércoles, 5 de diciembre de 2012

Carta de Villarán a la prensa

Señores periodistas:

¿Me creerán si les digo que me gusta mi trabajo de alcaldesa?

Me gusta. Es de lo más regio -por eso me dicen la tía regia-. No se como decirle a la gente que soy feliz administrando la ciudad.

¿Lo repito para que lo escriban?  

Soy feliz; claro… a pesar de tener a los vendedores de La Parada multiplicándome las arrugas, o que los trasportistas de Rau Rau me hayan encajado catorce denuncias y me tengan con un pie en Castro Castro, o que los 200 mil taxistas que no llegaron a inscribirse en el SETAME estén haciendo una chanchita para hacerme vudú, o que la revocatoria me haya dejado el corazón peor que una chancleta vieja o que el 65% de los limeños no me quiera.

No me importa si los de Solidaridad Nacional me odian y los del Jurado Nacional de Elecciones estén en mi contra. No. A pesar de todo señores periodistas, a mi me gusta mi trabajo.

¿Escucharon bien?

Me gusta mi trabajo de alcaldesa… a pesar de tener que soportar las sesiones de concejo de los lunes con el pesado de Jaime Salinas haciéndome del día una menstruación, con los dos regidores cutra y traficantes de terreno que encima son de mi partido -¡malditos!, con los vendedores pirómanos que de nuevo se me amontonan en Mesa Redonda y en cualquier momento me incendian el Centro de Lima, y para colmo con el “mudito” de Castañeda hijito auspiciándome la revocatoria en CD. ¡Estoy harta! Ya no soporto a los castañedistas, a los apristas ni a la mancha de revocadores de Marco Tulio, me tienen harta las citaciones del Congreso, la Comisión de Fiscalización, el Poder Judicial, ¡los odio!… ¿Pero saben qué señores periodistas?

A mi me gusta mi trabajo. 

Soy feliz siendo alcaldesa de Lima…

¿Lo repito?  …¿Cómo? ¿Que los carretilleros de La Parada han iniciado una nueva demanda en mi contra? ¿Qué van a subir los pasajes del Metropolitano? ¿Qué vuelven las combis asesinas en la avenida Túpac Amaru por una sentencia del Cono Norte? ¿Qué el Metropolitano está a punto de quebrar? ¿Qué estoy dejando una deuda de 30 años en la municipalidad? ¿Qué quieren que teche más rápido el río Rímac? 

¿Saben qué? 

...¡Métanse la alcaldía al poto!

No entiendo por qué no me quieren si a mi me gusta mi trabajo.

Atte. Villarán.

La tía regia -sólo para los amigos-.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Carta de Castañeda a Marco Tulio

Querido Marco Tulio:

La verdad es que cuando me contaron sobre tus dotes histriónicas para convencer al propio satanás sobre la revocatoria inmediata a la “tía regia” de Villarán no lo creía. Me has dejado perplejo. Hermano, eres lo máximo. Una cosa es ser conchudo pero tú me has demostrado que por tu rostro no circula una sola gota de sangre. Te felicito.

La revocatoria resultó un éxito de taquilla.

Le hemos lavado el cerebro a medio país con esto de que la “tía regia” es más zángana que una peresoza embarazada. Ahora sí que se va como por un tubo a comprar sus pañales. Todo el mundo cree que en la municipalidad de Lima nadie trabaja. Por cierto tus promotores de la revocatoria dicen que no les has pagado por las firmas que se inventaron achicharrándose las pestañas durante tres meses. Se están quejando que los has dejado con los turrones en la mano y las galletas de vainilla que la gente no quiso recibir. Cuándo les vas a pagar.

Si me preguntas qué pienso de la reforma del tránsito te digo. No pues, mejor si la “tía regia” lo deja a la mitad, luego entro yo y pongo mi placa en todos los paraderos de la avenida Abancay. Además justo coincido con el término de las obras del Metro en San Juan de Lurigancho. Encima me voy al mercado de Santa Anita, les abro las puertas a los carretilleros y postulo para presidente. ¿No soy un genio?

Marco Tulio, si quieres puedes contarle esto a tus amigos de la prensa. Eso sí, después tienes que negarlo. ¿Si? Caramba no se cómo haces para torear a los entrevistadores. Yo nunca pude, por eso me decían el “mudo”.

No sabes. Se me ha ocurrido que podemos crear un software para que la gente pueda votar desde su celular y sin salir de casa el día de la revocatoria. Sólo tienes que planteárselo al Jurado Nacional de Elecciones, así como hiciste con el nuevo modelo de cédula -que también fue mi idea-. Ya está todo listo.  Luna pone el billete, Boris lo comenta en un videíto, tú certificas en un audio que es mi idea y luego sales en televisión y lo desmientes. Con eso la Villarán se va rapeando junto a sus 39 regidores.

Te cuento. Ya estoy haciendo la nueva lista de aliados para mi próxima gestión. Están abiertas las inscripciones. 300 mil dólares contantes y sonantes.  ¿Te apuntas? Con eso la hacemos linda. Qué te parece.

Si quieres puedes decirle a la gente que es mi idea, pero eso sí, luego sales en televisión y lo niegas. A ti la gente te cree. No sé como haces. Caramba compadre, cómo no te contraté en pleno Comunicore.  Kenji no deja de llamarme. Está desesperado. No porque ya no tenga a lado su perro, sino porque quiere tu número para que convenzas a la gente que el chino la pasa mal. Tenemos que darle la mano. Se me ha ocurrido recolectar dos millones de firmas para pedir su indulto y a cambio en vez de fideos entregamos becas en Telesup. Tú dirás. Claro, esa ya es otra mermelada.

No lo digas... Sé que soy un genio.

No me hago problemas. Insisto. Si quieres mostrar esta carta como prueba de que todo lo que le pasa a la "tía regia" es mi idea, puedes hacerlo, pero eso sí, luego sales en todos los programas del domingo y lo desmientes. Tú si que te manejas una ostra más grande que la del Campo de Marte.

Saludos, pero no tantos.

Tu pata de toda la vida.

Castañeda.

martes, 25 de octubre de 2011

Introducción al estudio y perfil de la congresada peruana (Parte I)

Todo en el universo responde a un porqué.

¿Recuerdan la frase de Vargas Llosa: ¿En qué momento se jodió el Perú? Pues bien, la respuesta simple; se jodió desde que se inventaron a los congresistas -juergueros, comepollos, mataperros, robacables…(nos faltaría espacio)-.

Y es que el Perú es el único país que cada 5 años reproduce congresistas peor que los hongos. ¿Recuerdan a Platón? De haber sabido que la historia pervertiría sus teorías sobre política se hubiera dedicado a invertir mejor sus neuronas pensando en la segunda parte de La República.

Platón siempre fue un incomprendido.

Cuando se quemó las pestañas estudiando con velas su teoría de que entre el Hombre y el Estado lo que más importaba era la justicia, jamás imaginó que en esta parte del mundo sus antiguos tratados filosóficos  terminarían hecho polvo con una legisladora que, además de robar señal de cable, tiene un esposo que ve en los periodistas a una sarta de piojosos que no dejan de fregarle la vida.

No en vano la tercera Ley de Newton alertaba que la reacción era un efecto de la acción, lo que vale decir que la resultante de un congresista es la consecuencia de una elección. Para nadie es un secreto que el mecanismo de democracia, desde el primer Senado auspiciado por Rómulo entre los romanos, no fue una cosa espontánea sino más bien premeditada, pero de generosa contribución para el manejo de una República.

Pero en esas épocas uno todavía le tenía camote a la patria. Siendo autoridad uno nunca se iba de juerga y se sentaba en las piernas de un estriptisero, ni mucho menos tenía fama de obligar a sus asesores a lavarle los pies, o plancharles las camisas como pasa ahora.

Pero Platón -terco como la mula- insistió tanto con su idea de que las sociedades debían contar con una estructura social basada en las necesidades primordiales del ser humano. Nadie comprendía ni jota de lo que decía, pero como sonaba bonito, lo aplaudían, como en los discursos de Alan con su sierra exportadora, y Ollanta Humala con su gas a 12 soles.

Pero el lío en cada lustro se debe a la reverenda culpa de los malacostumbrados a pedir tallarines rojos en la pollería preferida del congresista Anaya. Son los desmemoriados que esperan las elecciones para el cebichito esperando el flash de las tres de la tarde nada más, y quienes después se jalan los pelos al descubrir un triste parlamentario Comepollo.

Es la irresponsabilidad total.

Y pensar que todo comenzó con Platón que se la pasaba en todas las esquinas de Atenas con su floro de que los artistas satisfacen el apetito del alma; los guerreros, el espíritu del alma; y los gobernantes y filósofos -o sea los políticos-, la razón del alma (que la tienen en el bolsillo), además de tomar las decisiones de la comunidad. Todo estaba bien hasta que Aristóteles -quien tenía fama de mal agüero-, le advirtió que todas las formas de gobierno se pervierten cuando la justicia se realiza en provecho del que gobierna. 

Platón no lo escuchó porque andaba enamorado y como era tímido prefirió inventar el amor platónico antes que una tesis para librarnos de congresistas como estos:

Los Juergueros: Esta clases de congresistas cuentan con una bien ordenada secuencia de nucleótidos en el ADN de su organismo, que hace de sus poseedores bailar zamba y moverse como unas lombrices alegres especialmente en las piernas de algún cabaretero de Brasil. Se caracterizan por emborracharse hasta perder el conocimiento –el conocimiento sobre si son políticos o mariposones de ambiente: http://pospost.blogspot.com/2007/03/las-fotos-de-la-juerga-de-los.html

Las recortasueldos: Esta es una extraña raza de madres de la patria a las que de pequeñas, sus padres les reducían la propina cada vez que venía el lechero, y el menú cada vez que ladraba el perro, y siempre bajo el lema: Tienes que saber compartir. Las congresistas de esta estirpe son capaces de partir en 4 el sueldo de la asistente, y con ello contratar cocinera, chofer, jardinero y masajista. http://elcomercio.pe/ediciononline/html/2008-09-22/acusan-margarita-sucari-caso-recorte-sueldo-su-ex-trabajadora.html

La condecoradora: Invadidas por una extraña enfermedad en el lóbulo parietal derecho de la azotea, esta mezcla de madres de la patria y franelas de la farándula, no pueden estar tranquilas hasta no usar el cargo para condecorar a cuanta conductora de televisión se les ocurra. Son peligrosas para la salud mental de la sociedad porque cualquier día terminan elogiando la labor de Laura Bozzo desde una curul. http://www.faranduleaperu.com/congresista-karina-beteta-y-magaly-medina-responden-a-criticas-por-condecoracion/

Las Lavapiés: Único caso de podología y sadismo congresal en el mundo. Las pocas que la ejercen son capaces de combinar la pulcritud higiénica de sus extremidades con su alter ego tomado de una vieja costumbre palestina. Por cierto, muy humillante para quienes son obligadas a realizarlas; especialmente si se tratan de secretarias despedidas. http://peru21.pe/noticia/338725/rosario-sasieta-hace-que-su-personal-le-lave-pies

Las robaluz: La psicología forense y Luz del Sur aún sacan chispas buscando el porqué. Lo único que saben es que un corto circuito de 14 mil voltios en el cerebro puede ser capaz de hacerles creer a uno que la energía eléctrica es gratis en este país. Expertos en energía e hidrocarburos sostienen que esta raza de madres de la patria es de otro planeta y necesitan recargarse el cerebro las 24 horas del día usando luz de toda la cuadra. Siempre acaban quemadas para la política. http://elcomercio.pe/politica/346375/noticia-congresista-acusada-robar-electricidad-me-allano-lo-que-diga-congreso

Los mataperros: La sociedad protectora de animales anda buscando con hacha a los perros de los congresistas –no nos referimos a los canes sino a los dueños- capaces de matar a otro perro, y no se sabe si por rabia o por toxoplasmosis en el cerebro -de perro- que los obliga a disparar a cuanto cachorrito se les cruza en el camino -se mueren de rabia cuando los ven-. Esta extraña raza de congresistas se caracteriza por haber pasado una vida de perros durante su juventud. Son sumamente peligrosos, tanto para los perros como para la política –donde siempre se camufla un perro, vestido de congresista para matar a otro perro, porque de lo contrario no se entiende por qué se dedican a matar canes-. http://peru21.pe/noticia/45936/acusan-congresista-miro-ruiz-matar-perro-balazo

Los comepollos: A pesar de que la Sociedad Peruana de Avicultura los sindica como los mayores consumidores de pollos a la brasa, la verdad es que este tipo de legisladores nunca han probado siquiera un miserable aguadito de pollo. Y no porque no les guste sino porque hasta eso se lo comen sus asesores, quienes en el colmo de la conchudez siempre acabarán encerrando a su jefe en el corral del INPE -hasta dejarlos más pelados que un pollo para caldo-. http://diario16.pe/noticia/1444-cinco-aanos-de-caarcel-para-el-comepollo

Los comeoros: La fauna congresal ubica a esta clase de parlamentarios con una extraña debilidad por los minerales. Sufren de una extraña y automática erección con la palabra oro. Son como los duendes, con tal de conseguir cinco kilos de oro al mes son capaces de contaminar el agua con mercurio y devastar la Amazonía. En realidad estos Comeoro son peor que el dolor de muela para la ecología. En el fondo estos políticos valen oro -pero en bruto. http://noticias.terra.com.pe/nacional/comeoro-vinculado-con-cinco-concesiones-informales,4acaa1354c182310VgnVCM20000099f154d0RCRD.html

Las robacables: Esta clase de señoras de la patria son campeonas pirateando señales de cable, divorciándose y volviéndose a arrimar a sus esposos cada vez que se anuncia una inspección municipal. -Querido mañana hay inspección del Ministerio… -Perfecto, en la tarde nos divorciamos… Legisladoras de esta calaña siempre cuentan con un alicate a la mano y una docena de splitter y conectores hembra y macho en el monedero. Si se desea entrevistarlas se debe practicar con un amigo o alguien de confianza antes de pasar por la desagradable experiencia de ser calificado como un miserable piojoso. http://peru21.pe/noticia/1323363/pareja-robacable-arma-escandalo

viernes, 6 de mayo de 2011

Tráfico infernal en SJL


Esto de salir a trabajar al medio día es un terrible problema. 

Al menos salir de San Juan de Lurigancho, en horas de mayor tráfico, es peor que un drama hindú, especialmente para quienes no llevan una guía telefónica o los cinco tomos de la historia persa con la cual distraerse en el camino, y que valgan verdades, son utilísimos cuando de ir al Centro de Lima se trata. Pero yo salía trabajar. Y como entro a la una de la tarde, me dije: saliendo a las 12 la hago.

Era miércoles y salí a las 12 del día, pero llegué a la 2 porque justo en la esquina de mi casa, una tribu de inoportunos estaban rompiendo las pistas para instalar tuberías de quién sabe qué; la cosa es que la angosta pista de subida, hacía de triple carril de ida y vuelta con un par de mototaxis adornando la desesperación. 

Al día siguiente, y como es de todo hombre precavido, salí a las 11 de la mañana, con dos horas de anticipación, y resultó que además de la tribu de inoportunos que seguían rompiendo las pistas, y esta vez de las dos vías de la avenida, el tránsito se había desviado hacia cuatro calles más lejos, a donde corrí para no demorarme, y ya por la avenida Próceres, un ejército de silvestres marchaban cerrando todas las vías, rumbo al congreso, pidiendo la provincialización del distrito. 

No puede ser, me dije. 

Ese día llegue a las 3 de la tarde al trabajo.

Al día siguiente volví a salir, esta vez ya no a las 11, sino a las 10 de la mañana. Y aunque estaba seguro de toparme con esa tribu de inoportunos que seguían rompiendo las pistas toda las semana, y el ejército de silvestres que nuevamente se reunían para marchar al congreso de la mano del alcalde Carlos Burgos, ahora resultaba que una tropa de serenos municipales junto con 500 policías montados a caballo y una procesión de vecinos -pagados según testimonio fiel- se agarraban a trompada limpia por el tema del bendito Hospital de la Solidaridad.

Y mientras eso, después de quedarme sordo por las miles de bocinas que me dinamitaron el tímpano, el tráfico de los mil demonios, el niño que lloraba desesperado a lado mío, los 200 grados de calor de la mañana y el score de 4 a 0 –patada y puñete incluido- a favor de los serenos de la municipalidad de San Juan de Lurigancho, a duras penas llegué hasta la avenida Abancay. Tomé un taxi. Llegué a las 4 de la tarde.

Al día siguiente, pensé: Esta situación no podía seguir así. Y salí a las 9 de la mañana –previo besito a la calavera de San Nicéforo-. No podía llegar tarde por ningún motivo. 

Muy temprano corrí las cuatro calles para alcanzar el colectivo, me puse a repasar los 5 tomos de la historia persa para no darme cuenta del tráfico, hable por teléfono como dos horas con un pariente en Yugoslavia -gracias a una de esas promociones de hablar limitadamente en casos de tráfico infernal-. Vi nuevamente a los serenos de SJL repartiendo golpes en la entrada del parque Huiracocha, a la policía montada con bazuca en mano y ahuyentando a cualquiera que quisiera atreverse a entrar al hospital de la Solidaridad. 

Soporté más de una hora el lío de una viejecita que se cayó y agarró a bastonazo limpio al cobrador, las cinco papeletas que la policía le impuso al chofer, un borracho que no sabía dónde ir porque creía que recién estaba llegando a su casa. 

Me soplé todas las arengas del ejército de fanáticos que pedían la provincialización del distrito, en la puerta del Congreso de la República. Y ya con el tímpano en la mano, luego de aguantar los gritos de otro niño a lado mío, con los 200 grados de calor y con el rostro de un presidiario de Guantánamo, por fin me bajé en mi destino. Camine dos cuadras como siempre, y lo había logrado. 

Había llegado dos minutos antes de la 1 de la tarde. Pero me regresé a mi casa. 

¿Por qué? 

Los sábados no trabajo.


Insomnes reflexiones


Luego de algunos meses -estos últimos- de mundanos experimentos -planchando, lavando, quemando el arroz y bañando al perro- en el intento de habituarme a la rutina y el anonimato perpetuo, he terminado convencido de que la cosa no va para más.

Primero porque me acabo de enterar que las medias de vestir no se planchan, que las planchas de la señora no se lavan, que el arroz se lava pero antes de cocinar, y que al pobre perro la ducha con detergente le inocula inmediatamente la huída despavorida del hogar.

Por lo tanto, y al igual que las muchachas embarazadas por quinta vez, siento que no queda otro remedio que el regreso –claro, después de encontrar al perro y dejarlo hecho un anís para que la señora no nos mire con rabia-.

Es un regreso extraño.

Uno se queda pensando en las miles de dudas que le llueven peor que la lista de útiles escolares en estos días. Al final uno regresa con el rabo entre las piernas. Porque, ya había un libro por ahí, algunos cuentos, varios artículos desperdigados, alguna que otra idea que se va, viene y de nuevo se traspapela -y ahora más- entre cada recibo y nuevas obligaciones más enredadas que los tallarines de la abuela. Y siempre pasa que uno las acoge, luego las abandona. Se enamora tanto, regresa, se entrega y una vez en el espasmo de cerrar los ojos, de fluir alguna nueva idea, se vuelve a extraviar porque es como una maldición el no estar feliz si no es cerca, estar tan cerca o dentro de ella.

Es el mandato interior que Miguel Gutiérrez bien llamaba: Esto que tal vez nadie leerá. Porque fíjese usted; quién diablos le ordena a uno quedarse hasta las tres de la mañana escribiendo sobre un anciano filántropo que nadie conoce, o después de apagar el televisor, pensar en la triste evolución de la existencia que puede ser lo mismo referirse a su involución, porque el hombre mientras más avanza retrocede y mientras más retrocede también avanza. Cada paso hacia atrás le abre la visión de lo que tiene al frente y se siente más poderoso, y mientras más poderoso el hombre más débil es el ser humano.

¿A quién le importa esto?

Seguro que a más de uno, y a uno también.

Le debe pasar a usted que todavía tiene la capacidad de sorpresa.

Al mirar las atrocidades que el ser humano suele cometer debe sentir algo de repulsión por algunos de esos genes que nos multiplican. En qué clase de mundo o sociedad se quedarán los que nos suceden. Un padre desnaturalizado ultraja a su hija de apenas meses de nacida. Otro dispara y deja parapléjica a otra niña porque es simplemente un asaltante que mata para vivir, y uno, como dice Sabines, que no tiene piel, se hiere, da vueltas -como el perro- sobre el mismo hecho ajeno y por más que se distancia, al final termina consumido por los hechos –ajenos-.

Por ejemplo, hoy de la nada me acaba de asaltar una lluvia casi apocalíptica. Puede parecer un tormento caminar así, enlodándose los zapatos y cada vasta del pantalón, con los hombros mojados. Claro, es agradable dejarse abrazar por la lluvia de vez en cuando. Pero de pronto me encuentro con miles de caracoles que aparecen para nadie al pie de los arbustos que rodean un parque, esos caracoles invaden las veredas solitarias, salen de sus escondites como apresurados, sin dejar rastro alguno y sin una dirección exacta. Se arrastran ciegos, lentos, moviendo, subiendo y bajando sus acuosas antenas, tan lentos que parecen detenidos desde mis ojos, pero se mueven en medio de un mimetismo grisáceo, oscuro, a la sombra.

Uno se detiene frente a ellas. Las observa. Algunas están molidas porque algún salvaje que pasó por ahí nunca se fijó en la danza de caracoles que se crujían debajo de sus pies. Es en esta calle, a la espalda y las dos laterales que bordean este parque. Por qué justo después de caminar ensopado por la lluvia uno se detiene a ver este cuadro invisible. Quién sabe. Deben ser los puchos de sorpresa que nunca se acaban.

Uno regresa invadido por algún nuevo motivo para escribir. Se introduce en sus adentros. De pronto todo desparece, reina el silencio absoluto y luego no queda nada más que asumir la voluntad de los fantasmas interiores. Entonces uno no sabe qué puede suceder después. Más aún si de pronto, sobre la paz de la habitación, a mitad de la madrugada, en medio de la calma retumba una voz:

-Son las 3 de la mañana… a qué hora vas a apagar la luz!!!

-Si amor… ya voy.

Siempre hay algo que uno no entiende –como el alfabeto chino o la reelección de Burgos en San Juan de Lurigancho-. Y cada vez entiendo poco del alma humana.

Basta con mirar las noticias en señal abierta. La televisión nacional en su naturaleza ya es una enfermedad que produce tupidés mental -porque nos dejan con el cerebro tan tupido que para salvarlo habría que taladrarlo con una broca de tipo excavación minera-. Especialmente los noticiarios matutinos, esos con los que uno termina formateándose el cerebro cada mañana convencido de que la vida vale menos que un tarro de leche vacío, y que zamparle un hachazo limpio al vecino del tercer piso que no nos deja dormir no sería mala idea.

Es un dilema dejarse llevar, arrastrarse a la sistemática función televisiva de los medios que más parecen un octavo. A uno se le carcome el cerebro porque al final sucede lo mismo que en la política donde el que tiene el deber de decir algo se calla. El que debe callar -tratándose de las sábanas del otro- lo dice. El que dice algo -necesario para desasnar la sociedad-, se queda, pero sin chamba -especialmente si trabaja para el canal del Estado-. Y el que calla algo teniendo la obligación moral de decirlo a gritos de paciente de Essalud, lo hace porque sabe que buscar trabajo en estos tiempos es prácticamente una lotería y que eso de asaltar bancos en Gamarra ya no es negocio.

Sin duda existen alternativas en cuestión de medios –que nos salen a mitad de precio-: la prensa escrita, el internet, mudarse a Suiza o esperar sin boleto en la cola de la reencarnación; pero como nada en este mundo es exacto puede que uno regrese convertido en mono y continúe haciendo payasadas -a la que estamos acostumbrados-, ya no desde una curul del Congreso, o desde una candidatura presidencial como la de Keiko Fujimori y su hermanito Kenyi –eso sin contar con el golpista Yoshiyama quien postula para vicepresidente- , pero sí desde una rama seca que es como va quedar nuestro cerebro.

Y es cierto.

La situación habrá cambiado como país, podremos estar mejor económicamente. La economía nada tiene que ver con el espíritu individual del ser humano. ¿Y a quién diablos le interesa el espíritu individual del ser humano, digo?

Como alguna vez dijo Bejarano: Al final uno termina hablando como un loquito de algo que a nadie le interesa.

El hombre ambiciona más por naturaleza, alcanza mayores cosas, se deslumbra con los números y se descontrola; se compara con un dios; pero desinformado también le dice adiós a su esencia, y qué es el hombre sin esencia humana; un animal más.

Por eso digo: gracias debemos darle al desodorante, al jabón, al cortaúñas y las máquinas de afeitar, porque sin ellas seríamos los mismos cavernícolas de antes. Porque antes decir permiso era lo mismo que meterle un garrotazo en la nuca al que estaba adelante, o enamorar a una pariente de la mancha familiar era lo mismo que arrastrarla de los pelos hasta la cueva –y siempre, previo garrotazo en la nuca- y terminar preguntándose por qué no despertará la señora si sólo se le hizo cariñito.

El antiguo homo erectus, salvaje por naturaleza, parece regresar por estos tiempos, y aunque algunos decidieron convertirse en homo sapiens y se respetan como tal hasta hoy, algunos han optado por meterse de lleno al homo-sexualismo y andan por ahí besándose frente a la catedrales con el fin de provocar escándalos.

Por ejemplo, en la época de las cavernas al viejo nómade del sur le costó un ojo de la cara -y la pierna, un brazo, el medio cuerpo a veces- aprender lo que su colega del norte ya sabía. Que darse un paseíto por la zona de los pterodáctilos, tetradáctilos y gigantosaurios exigía mínimo una extremidad como peaje correspondiente.

El cavernícola sufría.

Se quejaba en la soledad de su mundo porque hacerle la guerra a un mastodonte de cuarenta metros de alto era terminar convertido en guano. Y así se pasó toda su vida, lamentando su destino mientras que sus colegas del norte ya habían inventado la rueda, los safaris en grupos de cien, los mamut a la leña y hasta la comida congelada.

Y él nunca se enteró; lo peor es que nadie se lo dijo. Y claro, como todo primitivo, además de desinformado tenía la cualidad de bestia. Por tanto cuando se enteró de los avances de la ciencia al otro lado del mundo ya tenía por lo menos las nociones de andar vestido sobre el pelaje y quinientos pedradas en la cabeza para aprender que cuando había sol debía quitarse la piel de mamut para no acabar con una escaldadura de los mil demonios. Y que cuando había hielo, debía forrarse con la misma piel de mamut si no quería morir de cólico y a la vez, provocarle un cólico de la patada al tiranosaurio que se lo empujaba como raspadilla.

Así también se extinguieron los dinosaurios; por desinformados.

Por eso es bueno saber –en plena era del internet- que sin alimento en el espíritu el hombre es más infeliz que el mono buscando semillas para la panza -y ya sabemos lo violento que es el monito cuando tiene hambre-. Allí la política no aporta; se trasunta en corrupción, en mal ejemplo, en ese individualismo cancerígeno del qué me importa; con las planillas doradas de algunos funcionarios del Estado y las millonarias indemnizaciones por tiempo de servicios como la del señor Barrios y hasta del mismo presidente García -que ya parece un inimputable- cuando dice que si el narcotráfico aportó $5 mil dólares para su campaña política del 2005 habrá que devolvérselo. Lo que significa que cualquier partido puede recibir dinero de las drogas ¿y después lo puede regresar con un gesto irónico?

Una vergüenza para el partido de la estrella que terminará como Keiko haciendo polladas para devolver de los $5 mil dólares que en realidad son $25 mil porque la camioneta valía la diferencia y a eso no se refirió Alan para regresarle a los Sánchez Paredes.

Vivimos repitiendo el mismo rollo que es más viejo que andar con los pies:

-¡Corrupción!

-Ah… sí, sí, eso siempre va haber.


Y por qué nos quejamos después. Los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. A dónde iremos a llegar; al infinito de la ignorancia sumisa y al desconsuelo, al sufrimiento, la infelicidad postrada en el interior de cada uno de los sobrevivientes. Palos de ciego, como siempre. Y a pesar que lo escribimos terminamos como esos fantasmas extraños que dan miedo. Es una maldición, el catoblepas: uno se consume; se come a sí mismo.


EQM

martes, 3 de noviembre de 2009

Mi terrible insomnio

Anoche no dormí nada debido a mi terrible insomnio. 

Sufrí contando ovejas como loco hasta que se me coló una tortuga entre ceja y ceja. Pensé en un diazepán. No había. Eran las tres de la mañana y a esa hora lo único que podía prolongar, con todos mis intentos por dormir, era el tamaño de mis ojos abiertos que ya parecían dos pelotas de vidrio cuarteado-y eso que dicen que soy medio chino-.

Pensé en leerme las escasas ediciones de nuestro amigo Pardavé, por orden de mi psiquiatra, o las 24 ediciones completitas de Los Andes. Lo hice. Y aunque no me crea empecé a agarrarle curso a la modorra… hasta que tropecé con la columna de Sofía Bejarano… y de nuevo con los ojos hecho vidrio molido.

Y me dije: un bendito insomnio no me puede ganar.

Prendí el televisor desde el control remoto y encendí por error el equipo a todo volumen, y de paso, desperté a los vecinos de a lado junto a sus cuatrillizos de tres meses y medio que chillaron como si Herodes los estuviera matando. Tiré el control remoto, salté desesperado a desenchufar el equipo y lo hice tan bien que lo arranqué de la pared y me quedé con la toma de corriente en la mano junto con un chispazo de 500 mil voltios que fulminó mi lámpara de pie.

Pero qué importa mi lámpara, pensé, mi única intensión era dormir y eso iba hacer… claro, después de que los padres de los cuatrillizos terminaran de maldecirme y de hacer dormir -de nuevo- a su prole. Mientras tanto regresé a oscuras hacia mi cama. Me enredé con el cable del televisor y me caí sobre la alfombra donde casi me trago el control remoto. Me arrastré, me agarré de algo y la lámpara de pie me cayó sobre la cabeza.

Y creo que fue lo único que funcionó porque al despertar me di cuenta que eran casi las ocho de la mañana. Salí disparado a trabajar y me regresé, también disparado por una frase que me lanzaron en plena avenida: ¡inmoral! …porque nadie en este mundo se va trabajar en calzoncillos.

Me vestí desesperado.

Volvía a salir.

Me encontré con un par de sonámbulos que cargaban unos cuatrillizos a punto de lincharme. Me pasé de frente, llegué al paradero y la gente me miró como un bicho raro. Me di media vuelta, regresé. Tenía el pantalón al revés y los zapatos de distinto color. Pero qué mala suerte, eran casi las ocho de la mañana y no podía vestirme bien todavía.

Volví a salir.

Me subí a una combi repleta y me estrené de contorsionista. Me agarró un calambre en la columna vertebral y me doblé hacia una señora que casi me pega una cachetada porque creyó que la quería besar. Me doblé hacia el otro lado y había un grandulón fisicoculturista que también pensó lo mismo. Me cobraron el pasaje. Me di cuenta que no traía la billetera. Me bajaron en medio camino a Puente Nuevo. Intenté regresarme a pie y veinticinco pirañas me cerraron el paso.

Me subí a un taxi de nuevo a mi casa.

El taxista que me llevó era un buen hombre, y lo era porque cuando le conté mi desgracia por el insomnio de anoche me entendió y me esperó en la puerta de mi domicilio a esperar que sacara dinero y le pagara. Pero cuando supo que no tenía la llave –porque la había olvidado adentro de mi casa- y que no podía entrar, me persiguió con un hacha hasta la comisaría de la Huayrona desde donde escribí esto por el resto de la noche porque tampoco tuve sueño.

¿Habrá -digo yo- algún organismo u ONG que se interese por la salud de este insomne vecino de san Juan de Lurigancho?

Pásenme la voz.

sábado, 23 de mayo de 2009

Tierra de nadie

Francamente Puente Nuevo es tierra de nadie.

Hace poco me detuve muy temprano y por primera vez en una esquina de Puente Nuevo. Intentaba inocentemente cruzar de San Juan de Lurigancho a El Agustino, cuando de pronto se apareció una fila de vendedores muy alegres que empujaban cada uno su carrito solidario lleno de desayuno, y que me echaron de la vereda porque ése, me amenazaron también muy alegremente, era su metro cuadrado de trabajo.

Y yo, como soy un caballero educado y muy pacífico no me hice problema. Me fui un par de metros más allá, adonde llegó un vendedor de caldo de rana, luego otro, y luego otro más que me echó diciendo que no sea sapo porque ésa vereda también era su sitio.

Me fui otro par de metros; se presentaron tres vendedoras de pan con torreja que me cuadraron con sartenes y todo porque allí, ellas laboraban desde el año pasado pagando su ticket municipal y necesitan espacio, argumentaron.

-¡…O lo ponemos como torreja, joven!

Pero yo, que soy un caballero educado y muy pacífico, como ustedes imaginarán no tuve otra opción que retirarme otros cincuenta metros más. Allí se presentó una muchacha que arrastraba un cerro de pasteles de choclo. Se detuvo a mi lado, se puso a vender con gritos de ópera. Intenté no prestarle atención mirando el cielo, cuando del cielo me cayó una abuelita, estacionó una carretilla con un montón de artefactos llenos de hollín y se puso a freír sus cachangas.

No me quise mover.

Y apareció un vendedor de jugos, otro de frutas, otro de diarios. Estaba rodeado.

Traté de disimular mi molestia hasta que una lluvia de aceite rancio me salpicó en toda la cara y me tuve que ir medio ciego y sin oír muy bien las maldiciones de la abuelita porque además ya me había quedado sordo y ya odiaba las óperas y los pasteles de choclo para toda mi vida.

Y bueno, como soy un caballero educado y muy pacífico, me volví a largar otros quinientos metros más lejos, de pronto de la nada dos señoras se hicieron mis escoltas ofreciendo en competencia pan con pescado y café, cuadraron un par de bancos detrás mío, un toldo multicolor sobre mi cabeza, y cincuenta mil comensales se agacharon a desayunar como galgos alrededor. Todo fue tan rápido que sin darme cuenta, me vi repartiendo vasos de soya caliente, quáker con manzana por doquier, pan con escabeche y platos arroz con pollo recalentado…

-¡Sale un rico pan con relleno...!

-¡Caramba! ¡Pero qué hago yo aquí! -reaccioné en voz alta.

-¡…Lo mismo decimos nosotras!

Las airadas negociantes armadas con cucharones de palo me miraron feo, llamaron al policía de la cuadra, me corretearon arrojándome café caliente sobre la camisa, una combi casi me mata y cinco vigilantes pensaron que era un ladrón y también me persiguieron de la mano de cinco pitbulls carniceros que ya me saboreaban la pierna. Los comensales del pan con pescado aprovecharon el pánico para darse a la fuga, y un policía me hizo pagar esas diferencias.

Sin plata y a una cuadra de donde estuve al inicio me detuve. Se instaló a mi lado un ferretero al paso, me aparté por enésima vez; luego vinieron diez carretas de emoliente, y de nuevo me botaron. Le siguieron diez cochecitos de gaseosas y me fui sin que me dijeran algo. Diez vendedoras de caldo de gallina me arrimaron, después veinte carretillas humeantes de caldo de mote…

-¡Ya, más allá joven, más allá…!

No sé de dónde salieron como hormigas un montón de puestitos de celulares al paso, varios de yucas fritas, de relojes baratos, de camote asado, de ensaladas de frutas, de...

-Ah, ya sabemos… y como usted es un caballero educado y muy pacífico se fue otra vez más allá.

Me fui.

Sí.

Pero al diablo porque en ese momento ya había perdido la paciencia, y no por pacífico sino por cojudo, que es la palabra exacta con la que se denomina a un caballero educado y muy pacífico que busca un paradero en esta zona de Puente Nuevo, entre San Juan de Lurigancho y El Agustino.

¡Caracho!