martes, 21 de abril de 2009

Los benditos carnavales


A mí nunca me ha gustado bañarme en público; por eso, si existe un mes del año en el que detesto salir a la calle los fines de semana, ése es siempre febrero. 

Y no es que me crea un paria, porque tampoco soy muy casero; pero eso de salir hecho un anís para terminar fusilado con agua de dudosa procedencia y por una tribu de salvajes -también de dudosa procedencia…- es algo que aborrezco.

-¡¡¡Oiga oficial, esos pandilleros acaban de mojarme… además acaba de desaparecer mi billetera!!!

-¡¡¡…Caramba!!! ¡¡¡...Deben ser los mismos que me mojaron el uniforme nuevo!!! …que mal momento. ¿Mi placa…? ¿Alguien ha visto mi placa…?

Pasa en todos los lugares. 

En la calle, el agua te cae desde el último piso de un edificio donde nunca hay nadie; en el bus, por las ventanas, y si tienes las ventanas cerradas las destrozan a globazo limpio con tal de mojarte por las puras alverjas como diría mi abuelo; porque en éste país si la ley existe, ésa es la de la jungla salvaje.

Dicen que antes nuestros tatarabuelos elegían a una reina de la primavera que apenas enseñaba la rodilla, y que para vacilarse rico se ponían duros… pero con la camisa y el saco bien almidonados para moverse al ritmo del mambo, y que para mojar con la vecina… o sea echarle una pizca de agua, lo hacían previo consentimiento de la víctima quien, aunque usted no lo crea, se sentía halagada de recibir semejante chorrito.

Después fueron nuestros padres con la sonora matancera. Se choreaban el talco del bebé y se soplaban entre todos repartiendo picapica de papel metálico por los aires, y sólo cuando había confianza, y bajo contrato estipulado con el marido de la vecina, uno podía mojarla con un balde de agua limpia y a tres metros de distancia, y siempre chequeando el esposo por detrás; aunque al final todos sabemos que terminaban borrachos bailando el fuma el barco, fuma el barco… hasta las últimas consecuencias.

Nuestros abuelos que ya se han muerto -junto con los abuelo de Juaneco- lo pueden certificar previo jueguito de la huija, que puede ser más interesante que jugar a los carnavales.

Eso le sugerí de muy buena intensión a la horda de nativos estacionados frente a mi casa. Y creo que no entendieron el mensaje porque de pronto me acribillaron con globos, betún, pintura y agua pestilente.

Regresé a mi casa -de nuevo- pero más embetunado que los zapatos de Víctor Vega. Me cambié. Estudié media hora la situación con binoculares por la ventana. Volví a salir y la horda ya no estaba.

Mientras esperaba un taxi pasó una combi. Lo detuve. De allí salió un baldazo de agua aceitosa que me dejó un mal sabor -porque estaba con la boca abierta-, y terminé peor que pato flotando en medio de un derrame de petróleo.

Volvía mi casa a bañarme. Volví a salir -y volví a persignarme-. A tres pasos de mi casa cincuenta globazos de agua me llovieron con extraña exclusividad que miré al cielo y maldije buscando al miserable. Cincuenta globazos más volvieron a empozarme las orejas.

-¡Eso te pasa por maldecir! –escuche una voz desde cielo.

Volvía mi casa -por enésima vez-. Ya no me cambié ni me bañé. Estaba decidido. Salí con una maleta de ropa y zapatos limpios para cambiarme en casa de Betzy. Antes de llegar a la esquina doscientos mocosos con globitos de colores, baldes diminutos y talco me acorralaron.

Me dejé acorralar.

Me volvieron a mojar.

Me reí de todos.

Avance unos metros.

Una manada de estrafalarios apareció de nuevo persiguiendo a una muchacha en minifalda que me pidió ayuda y me tomó la mano abrazándome.

De pronto nos acorralaron entre una espesa nube de talco, una ola gigante de pintura de colores y agua oscura que mis ojos se cegaron por un momento.

Cuando por fin abrí los ojos descubrí que en la mano, en vez de mi maleta tenía el asa de plástico de un balde ahuecado.

-¡¡¡Mi maleta…!!! ¿Alguien ha visto mi maleta? -grité.

-¡¡¡Mi revolver…!!! ¿Alguien ha visto mi revolver? –sollozaba alguien a mi lado.

Era el pobre policía hecho un estropajo al que extrañamente estaba agarrándole la mano.

¿Entienden ahora por qué no me gusta salir en carnavales?




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