sábado, 15 de noviembre de 2008

Natirusita roja

(La historia escondida de nuestra productora Súper Ortiz Natty)

Por esos días andábamos algo turulatos, y no precisamente por ser Semana Santa y porque ya nos empezaba a crecer la cola; sino porque, como nunca, nuestra productora llegaba -...cuando no- tirando cintura en su propia maratón desde el jirón Trujillo hasta la radio. 

Empero lo extraño no era su puja que te puja carrera desde su casa, sino que llegara -¡adivine país!- con su misteriosa casaca roja que de vez en cuando acostumbraba usar.

Sólo en esas ocasiones el padre Juan Sókolich, empozado en un marasmo nostálgico que se remontaba, tal vez, a los mejores -o peores- años de su vida, se quedaba mirándola fruncido y frotándose la barba que no tenía como si se acordara de algo, y la verdad es que sí se estaba acordando de algo... ¿¡pero de qué!?, nos preguntábamos medio Perú, y por supuesto, Súper Ortiz Natty jamás nos reveló el secreto ofreciéndonos a cambio uno de sus mejores pucheritos con el que convencía hasta al peor de los ateos, y es que ¿existe sobre la faz de la tierra algo más delicioso que un pucherito de nuestra productora?

-¡No!

...Gracias hinchas acérrimos de nuestra productora Súper Ortiz Natty... pero volvamos al asunto que nos interesa antes que se terminen de comer las uñas.

Al principio no le dimos importancia, pero en este último invierno la cosa se puso color de hormiga africana. Algunos creían que nuestra productora se había convertido en un agente infiltrada del Servicio de Inteligencia de la competencia radial (Radio María), otros decían que su inasistencia a la misa de fin de semana se debía porque no podía más con su genio y se había hecho cliente asidua de la peña “El Bombardón”, del Rímac, lo cual traía preocupado al padre -¡Cómo habla la gente!-.

Cuando le preguntábamos a Rosita -su brother- si sabía algo de lo que pasaba con nuestra productora, ella sólo se encogía de hombros sustentando doscientas mil posibilidades que le ganaba a una enciclopedia, y vaya uno a saber qué era lo que había detrás de ese misterioso “lapsus interruptus” que nuestra productora Ortiz Natty provocaba en el padre Juan Sókolich cuando usaba su famosa casaquita roja en cuestión.

¡Ahí estaba el quid del asunto! -coincidieron los analistas a nivel nacional.

Lógicamente nadie pudo averiguar nada, ni siquiera los buenos muchachos de prensa lograron la nota, es así que debido a las innumerables cartas que me envían ustedes, hinchas recontra-acérrimos de nuestra productora Ortiz Natty, me veo en la justa y patriótica obligación de contarlo todo.

Sucedió muchos años atrás -...más atrás todavía. Ahí-. 

Nuestra productora de apenas seis añitos de edad entre galletitas morocha, infaltables tamalitos al atardecer y su recién inaugurado diente de leche, participaba como protagonista principal de la nunca estrenada producción cinematográfica “Lobo qué estás haciendo”. Así que desde chiquita nuestra productora ya era lo máximo, la revelación promesa del ecran nacional, toda una estrella con brillo propio -bueno, lo de brillo era porque la luz le daba de frente-.

La pequeña Ortiz Natty hacía de Natirusita Roja, y otro niño -al que no hubo tiempo de inventarle historia- hacía de lobo feroz, y muy pero muy malo -al menos hacía el esfuerzo-.

El argumento era el mismo que nuestras abuelitas nos contaban achicharrándose las pestañas de noche con tal que soñemos con los angelitos de alas blancas y...

-¡Y dale usted con su floro barato. Cuente de una vez qué pasó!

...Bueno. Sucedió en la escena cuchucientos no sé cuánto. Nuestra productora pulcramente vestida con su caperuza roja, su vestidito rojo y su canastito de mimbre –también rojo- con frutas -…aquí entre nos ...eran varios sublimes que nunca invitó a nadie- se encontraba con el lobo para decirle: ¡Uy, qué lobo!, pero en vez de eso, Natirusita salía con su: ¡Uy, qué moono!

Habían repetido la escena por enésima vez cuando de pronto, el director del rodaje que no era otro que el señor Sókolich antes de tomar los hábitos, pegó tal grito al cielo a tal decibel que despertó al santísimo quien aprovechó el rum rum para chequear entre las nubes a ver qué pasaba con su obra.

¿Que qué había pasado?

Que Natirusita en vez de ¡Uy, qué lobo!, seguía con su rollo: ¡Uy, qué moono!, y fue cuando de pronto la bilis había terminado por patearle el hígado al joven cineasta al punto de hacerlo puré.

Toda la producción se preguntaba por qué Natirusita no decía su línea correctamente. En el stand by al niño que hacía de lobo le salieron chupitos en la cara de tanto repetir su guión por lo que nunca más quiso comer carapulcra y terminó enfermándose de tanto mirarse al espejo desde que desapareció de la mano de su madre.

La situación había tocado fondo; nuestra productora terminó confesándolo todo: el niño que hacía de lobo tenía más cara de mono que de lobo, y Natirusita no podía evitarlo, así que el señor Sókolich (quebrado por el presupuesto de la producción) decidió darle otro rumbo a su vida; dejar el cine y entregarse a los hábitos, al menos allí la vida sería más llevadera, creyó comprender.

Así que ya saben ustedes, fanáticos seguidores de nuestra productora Súper Ortiz Natty, el misterio de la famosa casaca roja es que cada vez que la usa, le recuerda al padre Juan el cineasta que alguna vez pudo ser.

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