sábado, 15 de noviembre de 2008

La belleza frágil

Sofía Mor se detuvo. La oficina adelante, la puerta abierta. Pensó, siempre saludaba igual: Hola. Un beso en el rostro y una sonrisa. ¿Por qué siempre, por qué haría mismo esta vez?, y después: ¿Y por qué no podría seguir siempre así? Siempre, esa terrible palabra que odiaba. No. Ahora era diferente, tenía que serlo. Especial, al menos ese día; aunque la decisión no fuera natural, sino más bien impuesta por ese carácter que le asaltaba la necesidad de saber, que ella, era siempre mejor que los demás, incluso que el mismo Santiago. ¿Era solamente eso? La pregunta no pasó por su mente. Pero, cómo podía ser diferente con alguien que apenas le había sonreído. ¿Era posible? Ella era linda, y ser linda era ser decente, bonita, mucho; y eso significaba también, en parte, ser una mujer virgen, lo demás no le importaba. Lo sabía, su madre se lo había dicho desde niña. Decente (otra vez), superior. ¿De verdad lo era? ¿De verdad era una mujer virgen? Ella misma se contestaba. Por qué no. Sí lo era. Joven, fresca, elegante, y también virgen. Repasó sus pechos por sobre la blusa, los acomodó intentando levantarlos con ambas manos. Se miró, reconoció la mirada que a veces usaba logrando un brillo de emoción que a ella misma le convencía y entró. Hola Santiago, saludó, y lo vio levantar la vista, reconocerla y sonreirle. Sofía se emocionó aún más, lo dejaba notar.  La alegría no era muy difícil de inventarse, había pensado antes, lo sabía. En el fondo estaba segura que era cierto. No pensé que llegaras temprano, dijo Santiago, dejando las hojas sobre el escritorio y levantándose para acercarse a ella y entregarle ese beso en la mejilla que la confianza, hasta ese momento, le permitía como saludo. Sofía dispuso el rostro con delicadeza, luego lo movió como accidentalmente estaba acostumbrada a hacer, y su comisura sintió el roce de los labios de Santiago. No era natural. Santiago pensó que había cometido una imprudencia, lo dejó notar sin palabras. Sofía se mostró igual. En el fondo sabía que lo había hecho sentirse distinto, aunque sea por un pequeñísimo instante, mientras su rostro mantenía un filo de vergüenza que parecía ruborizarse. ¿De verdad se estaba ruborizando? Y dejó un espacio de impresión como si Santiago fuera el que la hubiera encantado. Hubo silencio, y cuando ese paréntesis parecía transformar alguna o cualquier palabra urgente en los labios de Santiago, de pronto Sofía reaccionó como si recordará súbitamente algo y entreabriendo los ojos como emocionada y sorprendida. Santiago intentó decir algo. ¿De verdad era la misma reacción? Ambos terminaron interrumpiéndose y riendo. ¿Se estaban riendo de verdad? La química estaba lista, pensó ella. Qué ibas a decir, dijo luego. Mejor dime lo que tú ibas a decirme, dijo él. No, dime mejor tú. Sofía cercioró detrás de su sonrisa que el juego se había iniciado, y de nuevo ambos a los ojos, siempre a los ojos, y de nuevo el silencio. Sofía Mor parecía impactada, dejaba verse así, atrapada. ¿De verdad lo estaba? Y de nuevo a los ojos. Sentía que manejaba la situación. Se sintió bien con eso. ¿Sabes dónde puedo almorzar por aquí cerca?, preguntó. Yo voy siempre al Colina, es un lugar agradable a dos cuadras de aquí, respondió Santiago. No conozco, dijo ella. A qué hora almorzarás, le preguntó Santiago. Entre la una y las dos, cualquier hora, ¿irás hoy? Sí, le respondió él. Entonces, que tal si me enseñas el lugar, repuso Sofía con naturalidad, porque ya no eran niños, pensó, y salir a almorzar con alguien, proponerlo, no era cosa de ruborizarse, al menos no era algo que ella debía dejar notar como especial. Tenía ya 29 años y no iba a estar con pretextos infantiles, pensó. Bueno, ¿entonces te veo a la una y media?, preguntó Santiago. Mejor quince minutos antes de las dos, dame tiempo. ¿Tiempo?, se preguntó mentalmente Santiago. Por qué lo habría dicho, pensó. También se preguntó mentalmente ella, e inmediatamente, en medio de lo que decía, calculó qué cosa podía relacionar con esa palabra. Que tal si él le preguntaba. ¿Tiempo, por qué? Qué diría, intentó anticiparse ¿Te
parece bien?, dijo por último. No tengo problema, resolvió Santiago. Bien, te dejo, ya te salude y me voy porque tengo una ruma de fichas que revisar, dijo Sofía. Se despidió con un gesto maternal. Santiago no dejó de observarla, porque siempre observaba de frente a las írices, y antes de que Sofía volteara le dijo, por el color de sus ojos, que tenía los ojos de color caramelito. Sofía no lo esperaba. Qué significaba eso, ¿sus ojos? ¿caramelito? Por qué, y especialmente por qué de esa forma, prudente y hasta dulzona. Y esta vez, lejos de premeditar cosméticamente la emoción y las reacciones externas, sintió alguna sensación desconocida de hacía mucho tiempo. No había sentido aquello desde hacía años tras el intento de una relación con un hombre mayor que pocas veces le dijo algo que sus oídos hubieran deseado escuchar como si se lo dijera su madre. Todo lo estaba calculando pero el color caramelito de sus ojos de dónde lo podría imaginar. Allí se puso a pensar mientras salía.

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Cogió el teléfono, marcó el anexo que antes había averiguado por su cuenta y la voz que oyó directamente fue la de Sofía. La sorprendió, sabía que la sorprendería. ¿Nos vamos a almorzar?, le preguntó Santiago. Cómo sabías que estaba aquí, le preguntó ella, ¿quieres saberlo? Sí, respondió. Pregunté, contestó inmediatamente Santiago. ¿Preguntaste? ¿a quién?, preguntaba ella, sin haber respondido hasta ese momento si iría o no a almorzar. Sólo pregunté ¿quieres que te diga a quién? Sí, quiero que me digas. Santiago había reconocido ese juego de palabras de antes. Sofía, también, había pensado que lo mismo le había pasado antes. Cuándo, se cuestionó mientras decía otra cosa. Van a ser las dos de la tarde. Lo sé. ¿Quieres irte ya? Tú querías conocer un lugar donde almorzar y yo quería acompañarte, dijo él. Y yo quería que lo hagas, ¿Querías? Sí, ¿Y ya no quieres? Quiero decir que quiero que me muestres el lugar, y quiero ir. ¿Tiempo presente? Sí, Entonces a que hora nos vamos. A qué hora me esperas. Estoy saliendo ahora. Entonces salgo ahora, ¿sí? Sí, Te espero entonces. Bien. Gracias por haber llamado. Gracias por qué. Sólo acéptalo. Lo acepto. Gracias otra vez. Por qué. Ya olvídalo, ¿sabes? Tienes la voz algo distinta por teléfono. Es la primera vez que me dicen eso. ¿La primera vez?, no te creo.

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